martes, 20 de mayo de 2014

LOS BARSOVIANOS



                                                   LOS  BARSOVIANOS
                                             
Gustavo  Rafael Piedrahita Rivero, suegro de Manuel, manifestaba que  había probado con su conducta que  en toda su vida fue un hombre honrado porque todo lo que adquirió lo logró con su esfuerzo personal. Nunca le quitó nada a nadie.  Afirmaba que era tanta su honradez que  podían dejarle a cuidar un baúl de dinero y aquella persona tenía la plena seguridad que al regresar lo encontraría en las mismas condiciones como lo dejó, pero si el objeto a cuidar era una mujer segurito que  entregaría malas cuentas. Que el diablo le quemara las nalgas con un escupitazo caliente si algún día le tuviera miedo a una mujer. Ellas fueron su  gran debilidad y por ellas hizo cosas que nadie se imaginó. Hasta de brujo se metió por el amor de aquellas damiselas. “El Brujo del Piñón” le decían. Aquella barba espesa y la mirada camuflada en las alas de su sombrero escondían las picardías  seductoras de aquel hombre que fascinaba al hablar, hasta que un día fue descubierto por su propio cuñado que al verlo desde cierta distancia,  dijo: ¡Híjole, ese brujo es mi compadre Gustavo”,- como en efectivo, era.
Gustavo recorrió muchos pueblos de su Colombia natal. Cuenta que a uno de esos pueblos le decían El Sapo, nombre que muchos paisanos no compartían por considerarlo feo e impropio para aquella comunidad por cuanto le restaba la categoría  que con tanto esfuerzo de su  gente había logrado habriéndose paso hacia el progreso. Uno de los hijos de esa comunidad se propuso cambiarle ese feo nombre al pueblo y eso sucedería en la oportunidad que la suerte  se lo proporcionara. Como de magia, un día cualquiera fue nombrado Alcalde de “El Sapo” y uno de sus primeros decretos fue cambiarle el nombre al pueblo  por el de Barsovia.
¡De ahora en adelante este pueblo se llama Barsovia y quien  lo llame El Sapo será multado con mil pesos! - Exclamó el nuevo Alcalde
Dice Gustavo que las rentas municipales se vieron fortalecidas por las multas aplicadas a todos aquellos que en vez de llamar al pueblo por su nuevo nombre seguían llamándolo “El Sapo”. Eso fue un gran acontecimiento y todo el mundo estaba pendiente de no equivocarse con el nuevo nombre del pueblo. Entre ellos estaban los árabes que vendían sus mercancías  de casa en casa en grandes maletas en la cabeza
Un día un vendedor árabe, muerto de sed, llegó a la casa de una vecina y le pidió por favor que le regalara un vaso de agua. La dama, seguida del árabe, se dirigió al pozo, sacó un vaso lleno del preciado líquido y se lo brindó al visitante, quien había visto alrededor del agua a tres enormes sapos chinagua, murmurando en baja voz y con toda precaución para no ser escuchado por la autoridad y  multado, le dijo:
¿ Señora, éstos Barsovianos no habrán bebido de esta agua ?

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