¡COSAS DE VIEJOS!
La abuela siempre decía
en sus tertulias, que en el fondo eran consejos, que el adulto mayor, como hoy suelen
llamar, no es más que un niño. Tío Juan
sostenía que el hombre pasa por cuatro fases en la vida: La del mono (fase de
los primeros años de vida de la persona. Todo lo que hace es gracia y risa para
los adultos), la fase del burro (el adulto asume la responsabilidad de crear
familia y comienza a cargar cuanto sea bueno y necesario para la familia que
tiene en casa); la fase del perro (comienza cuando las hijas pisan los doce
años. El hombre asume el papel de vigilante, a cuidar que las menores no caigan
en los brazos de los Rodolfo Valentinos del pueblo); y luego vuelve la fase del
niño (cuando la persona llega a la vejez extrema, no controla sus actividades
físicas naturales, todo se le olvida y
por lo tanto lo que hace es motivo de gracia y risa para los demás).
En unas vacaciones
nuestra familia salió para el oriente del país, más que a pasear fueron a contactar
la compra de un inmueble en un pequeño y
pintoresco pueblo enclavado en la
cordillera montañosa del Turimiquire, pensando, que una vez pensionado el jefe
de la familia, mudarse a pasar los últimos años de vida en ese hermoso pueblo
donde el sol se oculta entre la neblina, el calor humano de su gente es tierra
fértil para la siembra de la amistad eterna y donde el trabajo constituye la
base del hogar, de la región y de la patria. Invitaron a su compadre, a su
mejor amigo, compatriota y amigo ya cargado de años, barba espesa y canosa, de
caminar lento e inseguro, pero con expresiones esporádicas de aquella juventud que otrora fuera plena de
alegría que incitaba a la naturaleza y a los pájaros a cantar y revolotear ante
su presencia. En el pueblo de San Agustín, destino del viaje familiar, se
hospedaron en un hermoso chalet y desde allí, en su automóvil recorrieron el
pueblo, Caripe, Sabana de Piedra, Guanaguana, Quebrada Seca, San Félix de
Caicara, Los Cardones, Caicara de Maturín, Punta de Mata y Tejero. Una mañana
muy temprano que habían planificado ir para Punta de Mata se consiguieron con
una gran sorpresa, el vehículo del compadre, donde habían ido todos, no le
funcionaba la caja de velocidad. Los cambios no se lograban hacer porque la
palanca, no obstante el esfuerzo que hiciese el conductor, no se movía ni
siquiera un centímetro. Revisaron el aceite y estaba en lo mínimo. Había que
buscar aceite hidráulico y salió una dama conocedora del pueblo, quien en el
camino pensaba que si la caja realmente estaba en malas condiciones se
trasladaría a Caicara de Maturín donde conoce a un mecánico muy eficiente en la reparación de
las mismas. Mientras tanto, los otros se quedaron asistiendo el carro averiado.
Le medían el aceite, lo movían fuertemente para ver si la caja se despegaba. Ya
cansado, uno de ellos a baja voz dice: “Padrino ese carro no tendrá puesto
algún seguro” y responde el viejito
barba canosa y de andar lento: ¡ Toño mi hijo, si es verdad, anoche yo le puse
el seguro!. Y seguidamente le sacó un pasador de casi treinta centímetros de
largo que inmovilizaba la palanca de los cambios de la caja de velocidad. Al día siguiente ocurrió el mismo problema y
el viejito repetía el mismo refrán: “ ¡Toño comadre, si es verdad, anoche le
puse el seguro!”. ¡ COSAS DE VIEJOS!
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