LA CASA DONDE
SALÍA EL ESPANTO.
En la calle “Padre Serrano” de Caicara de Maturín, haciendo
esquina con la calle “La Concordia”, estaba la vivienda donde vivía Ernesto
Betancourt y Juana Leonett con su numerosa prole, la que años después vendieron
a la señora María Ibarra, esposa del famoso Juancho Ibarra de Los Pozos de
Areo. Casa que finalmente pasó a ser propiedad de Eligio González, conocido en Caicara como “Bigote”.
La señora María Ibarra tenía una hija, de unos 17 años
aproximadamente llamada Luisa María Ibarra y tanto ésta como su madre y sus
hermanos hicieron una buena amistad con la familia de Alejandro Leonet y Paula
Canales, que vivian al frente.
Manuel, hijo de Alejandro y Paula, con sus diez años de edad,
hizo amistad con Luisa María y comenzó a meterle miedo. Le decía que en esa
casa salía un muerto muy travieso que se subía al techo y se deslizaba produciendo un ruido similar a
un saco de huesos. Y que otras, veces se presentaba lanzando una lluvia de
piedra y palos en el techo de la casa.
Para hacer realidad esta fantasía de terror Manuel, después
que apagaban la luz eléctrica a las once de la noche, comenzaba a lanzar potes,
piedras y palos al techo de la casa de las Ibarra, otra noche lanzaba unos
pantalones viejos de su papá los cuales previamente llenaba con potes vacíos de sardinas, leche klim y palos.
Total, aquella familia no dormía aterrorizada con el fulano espanto y en cada
contacto con los vecinos el tema de conversación era sobre ese “fenómeno
sobrenatural”.
Una tarde, cuando la claridad del día declina para darle paso
a la oscuridad de la noche, Manuel agarró una “mascota” de jugar beisbol, hecha
de lona por él mismo, se escondió en la cocina de la casa de las Ibarra con la
intención de asustar a Luisa María. Cuando la persona entró Manuel le pasó la mascota por la cara y sintió
cuando ésta se desmayó y cayó al piso. Minutos después Luisa llorando pedía
auxilio para su mamá que la había
encontrado inconsciente Todos
corrieron a la cocina. Luisa le preguntó: ¿Mamá, que pasó que te desmayaste? Y ella
le contestó: “Cuando pasé la puerta de
la cocina una mano inmensa, áspera y fría me cubrió toda la cara, de allí no
supe más nada. Eso me lo hizo el espanto”
Mayor susto para Manuel al pensar que por su travesura pudo
morir aquella señora. Hasta ese día existió el muerto travieso.
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