Aldazoni fue un
funcionario del Ministerio de Hacienda en Maturín. Allí se desempeñaba en el
Departamento de Impuesto Sobre La Renta. Dicen, quienes lo conocieron, que fue
un servidor público eficiente y capaz en el desempeño de sus funciones. Pero, (
Siempre el maldito “ pero” que nunca
deja incólume la conducta de ningún cristiano), el hombre tenía como hobbie,
empinar fuertemente el codo el viernes
en la noche, sábado y domingo. Costumbre ésta que se extendió a los otros días
de la semana con el pretexto de “sacarse el ratón”.
Un día cualquiera apareció en el pueblo de Caicara de
Maturín, acompañado de un leal, disciplinado y vigilante perro, que siempre
estaba a su lado. En poco tiempo, los caicareños
y caicareñas conocieron la existencia de este personaje. El hombre se relacionó
mucho con la población, estrechó amistades y quien lo solicitaba para que le
resolviera un problema de contabilidad o de impuesto sobre la renta, le
prestaba el servicio de inmediato.
¡Aldazoni tengo la contabilidad del mes atrasada, me puedes
echar una mano, hermano¡-le decía un comerciante .-
“ ¡Sí, hermano, estoy a su orden, cuándo empezamos?-
respondía él amablemente e inmediatamente se disponía a trabajar. Resuelto el
problema el cliente le preguntaba:
¡Cuánto te debo, hermano?
Y él le respondía: “! Barato, hermano, deme algo para los
palos y la comida para mí y el perro ¡
Lo cierto fue que aquellos dos seres pasaron el hambre
hereje, como dice el pueblo. Uno consumiendo más aguardiente que alimentos; y el otro,
sentadito como un soldado delante de su amo esperando que éste se acordara
que tenía hambre
.Cuando el can observaba que Aldazoni se hacía el
indiferente, lanzaba un gemido imperceptible con la finalidad de recordarle que
tenía mucha hambre. Pero las energías vitales se agotan y hay que renovarlas;
si no, viene la hecatombe.
En una oportunidad, el hombre bebió de manera continua varios días. El hambre y el
agotamiento atacaron severamente al pobre perro. Sentadito frente a su amo, con
la mirada fija viendo como su compañero se perdía en las negras consecuencias
del licor, el pobre perro fue presa de grandes convulsiones que le ocasionaron
la muerte.
Sin perro, sin pareja y sin nadie que lo acompañara en su
desgraciada vida, Aldazoni quiso buscar otro perrito, pero, como si todos se
hubieren puesto de acuerdo, ninguno aceptó quedarse con él. Lo dejaron solo,
como diciéndole: ¡Amor con hambre no
dura, a otro perro con ese hueso ¡
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