Por Félix Leonett Canales
¿Mi amor, qué hago con estas sandalias que conseguí
revisando estas cosas viejas? –interrogó el esposo.
¡Déjame verla, cariño.
¡ 0h, si están nuevecitas, sin uso ¡-exclamó la dama otoñal, que en lucha
frontal con los males que aquejan a los
que pisan el terreno de la tercera edad, se mantiene activa, jovial y con
cuerpo de carajita. Y el día siguiente para ir al trabajo se vistió de pantalón
blanco, cota blanca, se calzó sus sandalias y se terció una cartera pequeña que
hacia un perfecto juego con las prendas de vestir antes señaladas.
La dama tomó el Metro,
al llegar a Chacao dejó la estación y se dirigió al trabajo. Al andar observó
que una suela de las sandalias se está despegando. Tomó la decisión de comprar
unos zapatos nuevos y se dirigió a la zapatería más cercana. Al llegar observa
que la misma está cerrada y la suela de la sandalia está completamente despegada.
Se dirige a otra zapatería ubicada hacia el norte de la avenida Francisco de
Miranda, a cuadra y media, a comprar
urgentemente los zapatos. Pero cuando llega está cerrada y uno de comerciantes le informó que la
zapatería abría a las diez de la mañana. Toma el camino de regreso a la
anterior zapatería y en el trayecto observa con estupor que la otra suela de la
sandalia se estaba despegando de manera acelerada. Llega a la venta de zapatos
y está cerrada. No ha llegado la que regenta el negocio.
La dama otoñal no le
queda más opción que esperar a la
vendedora. Se acerca a la entrada del negocio y al poner el pie en el quicio la suela de la sandalia se
desprendió por completo, allí la dejó. Minutos después llegó la vendedora y
ella le preguntó cuándo abría la zapatería porque necesitaba comprar unos
zapatos y la vendedora con cara de brava, ojos saltones, voz estridente y con
una conducta ajena a la zalamera de los buenos comerciantes, le replicó: ¡ Señora, tendrá que esperar porque voy a
limpiar esa mierda que la gente inculta, sucia e irresponsable dejó en la
puerta de la zapatería!
La dama otoñal, ante la
conducta de la vendedora, no abrió la boca para no descubrirse de ser la autora
de aquella “Caca”. Al poco rato regresó la vendedora con una enorme arepa
rellena con jamón y queso. Así como un
litro de jugo. Después que desayunó se apareció con un tobo con agua y
detergentes, una escoba y un mope y comenzó a echarle agua a la “caca”. Allí es
donde se percató que lo que ella creía estiércol humano era simplemente la
suela de una sandalia. Pero de todas maneras lavó la acera.
Abrió la tienda y la
dama otoñal le dijo: ¡ Mija, búscame unos zapatos treinta y seis que conbine
con la ropa que llevo puesta y con la cartera!
-¡Perdone señora, pero
Ud. no es talla treinta y seis!- Le grita, con los ojos desorbitados la
vendedora.
¡ Doña, mi talla es
treinta y seis!- le reitera la dama otoñal.
¡Ud, no es talla
treinta y seís. Yo tengo veinte años en esta zapatería y por lo tanto tengo
vasto conocimiento de las diferentes tallas. Y Ud. no es talla treinta y seis,
escuchó ¡
La dama otoñal
mentalmente se dijo: ¡Cálmate genio mío No puedo pelear con esta vieja
vendedora que me tiene la piedra a fuera. Necesito calmarme. Me objetivo es
comprarme un par de zapatos ¡. Y dirigiéndose nuevamente a la vendedora, cariñosamente le dijo:
¡Cielito búscame unos
zapatos que me queden bien y combinen
con la ropa y la cartera!
La vendedora le trajo
unos zapatos blancos con “la trompa” negra, talla treinta y seis que al
probárselos le sobraba como cuatros dedos de zapatos en la parte del talón.
¡Te fijas que no eres
treinta y seis, tengo yo o nó la razón?- Le gritó nuevamente la vendedora.
¡Sí amiguita, tiene Ud.
toda la razón, pero búsqueme unas sandalias que me queden bien!
Fue entonces cuando la
vendedora le trajo unas sandalias que le quedaron bien y la dama otoñal
resolvió el problema y cumplió con el trabajo en su oficina.